Ya lo decían The Clash...



Police and thieves in the streets
Scaring the nation with their guns and ammunition
Police and thieves in the street
Fighting the nation with their guns and ammunition

Murakami Superstar



Martes, 17-03-09
Puede que Haruki Murakami (Tokyo 1949) sea, como asegura Rodrigo Fresán, «el escritor japonés más cool» del momento, pero su alergia a los medios de comunicación empieza a ser preocupante. «No le gustan las multitudes, ni las cámaras de fotos, ni las ruedas de prensa. No le gusta nada», bromea Beatriz de Moura. No le falta razón a la editora de Tusquets: Murakami detesta saberse el centro de atención e incluso cuando Moura y su editor en catalán, Fèlix Riera, se enzarzan en una partida de ping-pong de alabanzas, el autor de «Norwegian Wood» se hace el sueco para concentrarse en algo que en ese momento le debe parecer lo más interesante de la sala: sus manos. (Seguir leyendo)

El paraíso perdido de Wavves


Teníamos la playa de los Beach Boys, Atlántida del pop hacia la que se han embarcado centenares de banda en busca de melodías gozosas, estribillos acaramelados y atardeceres anaranjados y, después de varios años de especulación, expansión inmobiliaria y urbanización salvaje, lo que tenemos ahora es un paraíso artificial superpoblado y flanqueado por bloques de cemento.

El oasis salvaje del pop, sobreexplotado y convertido en una urbanización de lujo para veraneantes de fin de semana.

No es el caso de Nathan Williams, jovencísimo geniecillo que es esconde tras Wavves y a quien su amor por la banda de Brian Wilson le ha llevado a utilizar las melodías de los californianos como trampolín para precipitarse sobre un pop ruidoso, desencajado y brioso que anuda el espíritu efervescente de los sesenta a los actuales excesos ruidistas.

El resultado de tan temeraria pirueta es “Wavvves”, un disco que suma uves como si fuesen galones y que, a pesar de coleccionar palabras fetiche como “beach”, “California” o “sun”, poco o nada tiene que ver con el pop tornasolado y amable del que asegura beber. Esto, tan arisco, seco y oxidado, es una vieja hormigonera que deglute capirotazos de distorsión descontrolada, falsetes ahogados por las guitarras y ritmos enredados en una drástica concepción de la baja fidelidad. Es, para entendernos, lo que habrían hecho No Age con el “Distortion” de los Magnetic Fields.

Siguiendo al pie de la letra el libro de estilo de The Jesus & Mary Chain y picoteando disimuladamente de la electrónica chatarrera –“Rainbow Everywere”– y el ruido a chorro –“Summer Goth”–, “Wavvves” huele a playa, sí, pero justo después de la tormenta, cuando el mar anda revuelto y la marea ha arrastrado hasta la orilla toneladas de chatarra y desperdicios.

El de San Diego es como Brian Wilson con una inyección de estimulantes y una capa de mugre que convierte el sonido en una baliza de caos y distorsión y guía el rumbo del nuevo pop estridente y corrupto. Aún así y a pesar de su espíritu premeditadamente espartano, a Williams se le escapan, se diría que casi sin querer, estupendos e infecciosos himnos dislocados como “So Bored”, “No Hope Kids”, “Gun In The Sun” o “To The Dregs”, sarpullidos melódicos intoxicados con cianuro que componen el flamante paraíso natural de Wavves.

David Morán



(Artículo publicado originalmente en el suplemento ABCD Las Artes y Letras el 14 de marzo de 2009)

Condo Fucks y los disfraces de Yo La Tengo


Su discográfica ni lo confirma ni lo desmiente, pero las pistas son claras: el título, los alias que gastan, las voces que consiguen asomar la cabeza entre tanto acople y zarpazo de distorsión…

Condo Fucks, el “misterioso” trío norteamericano que gusta de rebozarse en el barro del garage y el rock primitivo es en realidad la excusa que se han buscado Ira Kaplan, Georgia Hubley y James McNew para esquivar la calma de sus últimos trabajos como Yo La Tengo y dar rienda suelta a sus más bajas pasiones.

Como una versión ratonera y destartalada de aquella gira que el año pasado llevó a los de Hoboken a recorrer teatros y pequeños recintos desenfocando composiciones propias y picoteando de cancioneros ajenos “Fuckbook” –sí, casi idéntico al “Fakebook” de 1990–, es una insalubre charca de rocken la que chapotean alegremente el “Shut Down” de los Beach Boys, una “The Kid With The Replaceable Head” aún más achicharrada que la original de Richard Hell, un calco del “With A Girl Like You” de los Troggs así como guiños a The Small Faces, The Flaming Groovies, Electric Eels y Slade.

El trío, faltaría más, los hace suyos entre espasmos eléctricos y cursillos acelerados de lo-fi que recuperan la cara más ruidosa y traviesa de la banda y parte en dos la belleza cristalina de “I Am Not Afraid Of You And I Will Beat Your Ass”.

(Artículo publicado originalmente en ABCD Las Artes y Las Letras el 7 de marzo de 2009)

Buzzcocks y los caminos del punk




“Parecéis los putos Pink Floyd", gritó alguien desde la barra mientras Pete Shelley y Steve Diggle, de espaldas al público, exprimían a conciencia el sonido de sus guitarras.

No fue para tanto, la verdad, pero por algún lado les tenía que salir la edad a los Buzzcocks, impecables en escena hasta que empezaron a embarcarse en pasajes instrumentales cada vez más disparatados. ¿Pink Floyd? Para nada, por más que a uno le entrasen ganas de arrearle al batería con las baquetas hasta que se le borrase de la cabeza la palabra solo. Porque, ¿hay algo menos punk que un solo de batería?

Habrá quien piense que el concierto en sí –pioneros de punk desandando el camino para interpretar íntegramente sus dos primeros trabajos– ya era un atentado en toda regla a los preceptos básicos del punk, el no future y memeces por el estilo, pero lo de los Buzzcocks, lo de ESTOS Buzzcocks, es cosa seria. O por lo menos lo fue durante la mayor parte del concierto. Nada que ver con aquel cuarteto de hooligans alcoholizados que hace un par de años espachurró su repertorio como una molesta e inesperada factura.

En el Apolo, los Buzzcocks se comportaron como lo que son, como señores mayores con el vigor de una panda de adolescentes cabreados. Se merendaron “Another Music In a Different Kitchen” y “Love Bites” a velocidad de crucero, consiguieron remontar la evidencia de que sus discos de estudios son sensiblemente inferiores a sus singles y fueron encadenando mazazo tras mazazo. De “Fast Cars” a “Ever Fallen In Love pasando por “No Reply”, “Sixteen” o “Autonomy”, todo fueron espasmos eléctricos, detonaciones de power-pop envenenado y canciones disparadas en ráfagas mortales. Sin descanso. Sin pausas. Sin parones.

Una auténtica lección de supervivencia para tanto joven prematuramente envejecido que, a pesar de encallarse ligeramente en el tramo final, alcanzó su punto justo de cocción en unos bises para el recuerdo: “Orgasm Addict”, “What Do I Get?”, “Promises”, “I Don’t Mind”, “Love You More” y “Harmony In My Head”, el abecé del punk recitado a la carrera y corriendo más rápido que la nostalgia.

Un concierto vibrante, enérgico y con un sonido brutal que resumió en hora y media la historia del punk. El de ayer y, claro, el de siempre.



U2 y el sermón de la montaña



“Enfréntate a las estrellas de rock”, desafía Bono en una de las piezas de “No Line On The Horizon”. A eso vamos, pues.

De acuerdo: puede que U2 se hayan convertido en un blanco fácil y que para despellejarlos haya que pedir tanda y ponerse a la cola, pero ellos se lo han buscado. Ellos solitos, sin ayuda de nadie. No se puede anunciar a bombo y platillo “la reinvención del rock” y acabar entregando ESTO. De ninguna manera.

Esto, para entendernos, es el nuevo disco de los irlandeses y la enésima prueba de que desde que grabaron “Acthung Baby” cada nuevo trabajo les pilla con el paso cambiado y sin saber qué camino seguir. ¿Insistir con el rock musculoso, coquetear con la electrónica o regresar a la épica grandiosa y atmosférica de los ochenta?

Ante la duda, los irlandeses han picoteado de aquí y de allá, han reclutado a Daniel Lanois y Brian Eno para abrigarse con sus poderes de superproductores y se han etretenido trenzando estrofas mesiánicas y redentoras en un palacete de Fez (Marruecos). Así, entre frases como “solo el amor puede curar una herida como esa” o “el mundo necesita un gran beso”, Bono, The Edge, Adam Clyaton y Larry Mullen han dado forma a su Sermón de la Montaña versión hi-tech, un disco que empieza casi-bien pero se desinfla a las primeras de cambio y convierte lo que se anunció como “el trabajo más innovador y desafiante del grupo” en una alarmante falta de ideas y, sobre todo, canciones.

Será que para reinventar el rock quizá no hace falta maquillarse con producciones grandilocuentes y baste con sentarse a intentar escribir buenas canciones. Canciones como las que firmaban hace dos décadas y que, seamos realistas, están a años luz de las de “No Line On The Horizon”.

Pero claro, hace años que U2 se fijan más en el cómo que en el qué, y eso se nota: ahogado por la producción, “No Line On The Horizon” es un notable en diseño sonoro y manejo de texturas que, sin embargo, cojea estrepitosamente por el lado de las canciones. Sólo "No Line On The Horizon", “I’ll Go Crazy If I Don’t Go Crazy Tonight” y “Cedars Of Lebanon” consiguen asomar la cabeza entre excursiones exóticas, pastiches de funk, garage de manual y épica pasada de vueltas a lo Simple Minds. El morir, vamos.

David Morán

(Artículo publicado originalmente en el suplemento M360 de ABC el 6 de marzo de 2009)