John Fogerty, historia viva del rock americano


Cuatro décadas desde que empezó a escribir la historia del rock americano con letras de las gordas junto a Creedence Clearwater Revival, otras tantas sin dejarse ver por aquí y, a pesar de todo el tiempo transcurrido o precisamente a causa de ello, había ganas de John Fogerty. Muchas ganas.


De ahí que al final se acabaran agotando las entradas y el Sant Jordi Club se transformase en un hervidero repleto de expectación y público intergeneracional. Padres e hijos reunidos para ver el estreno en Barcelona de John Fogerty, acaso el aristócrata del rock que más se ha hecho de rogar retrasando hasta lo indecible su estreno en nuestros escenarios.

El arranque fue espectacular, con “Up Around The Bend” pellizcada por ¡cinco! guitarras y “Green River” lijando el blues y el rock rural, pero lo mejor estaba por llegar: durante dos horas, un Fogerty eufórico y en plenas facultades vocales abrió de par en par el arcón de los recuerdos y combinó el extenuante maratón de himnos de la era Creedence con puntuales excursiones a su obra en solitario.

Arropado por unos músicos que intercambiaban posiciones e instrumentos para exhibir fiereza en formación de a cinco o primar el detalle tirando de teclados, violín y percusiones, el californiano fue lanzando desde el escenario bombas de acción inmediata como “Who’ll Stop The Rain”, “Lookin’ Out My Backdoor”, “Born On The Bayou”, “Have You Ever Seen The Rain?”, “Cotton Fields”, “Keep On Chooglin'”, "Sweet Hitch-Hiker"…. Algunas quedaron algo emborronadas por una tendencia al virtuosismo de un Fogerty demasiado generoso en exhibiciones instrumentales , pero casi todas conservan aún su bendita aureola de himnos rurales y pantanosos.

Piezas excesivamente tiernas como “Joy Of My Life” rebajaron un poco la temperatura, pero el ambiente no tardó demasiado en caldearse de nuevo con una traca final de lujo: “Down On The Corner”,”The Old Man Down The Road”, “Fortunate Son” y, ya en los bises, “Rockin’ All Over The World” y “Proud Mary”.

Solo le faltó tocar “Hey Tonight” y “The Midnight Special” para que el delirio fuese completo, pero en su lugar prefirió fundir a negro para rescatar la parte más rugosa de la Creedence con correosas versiones de “I Put A Spell On You”, “I Heard It Through The Grapevine” y “Run Through The Jungle”, piezas que no habían sonado en el resto de la gira española. Impecable. Será esto a lo que se refieren cuando hablan de historia viva.

Lucinda Williams, la reina de corazones


Mírenla bien. No debe ser nada fácil andar todo el día con el pellejo de Lucinda Williams cosido al esqueleto. Siempre hurgando en la herida de las emociones propias para regocijo de extraños y ajenos. Siempre tratando de esquivar el dolor y, aún así, cayendo una y otra vez en él. Escuchen los latigazos de «Essence» y «World Without Tears» y hallarán a una mujer desgarrada que se deja la carne entre aguijonazos de blues, primorosas baladas cuarteadas y espasmos de electricidad descontrolada.

Mírenla y no pierdan detalle, ya que la actuación de mañana en Joy Eslava será su estreno en Madrid y la penúltima parada de su primera gira por España. Casi nada. «Le he preguntado muchas veces a mi equipo porque no habíamos venido antes a tocar, pero sencillamente no tengo una respuesta», señala una artista que, a pesar de lo guadianesco de su carrera discográfica, lleva desde 1979 alimentando las calderas de la música americana.

Escúchenla bien: es la misma mujer que hace dos años firmó el tristísimo y pelín aparatoso «West» y que ahora regresa con «Little Honey», un álbum menos alegre de lo que pueda pensarse. Suena fresco, directo y espontáneo, sí, pero ¿feliz? «No es mi disco feliz. De hecho, la mayoría de canciones son de cuando grabé ‘West’, un disco que debería haber sido doble pero que al final se quedó en sencillo», explica Williams.

Feliz o no, lo cierto es que «Litte Honey» rompe con la melancolía oceánica que se había apoderada de la Gran Dama de la Americana y enlaza con, pongamos, “Car Wheels On A Gravel Road”, álbum que hace una década le abrió las puertas del gran público y la convirtió en lo más parecido a la versión femenina de Bob Dylan. Como éste, Williams lleva dos décadas entrelazando las músicas de raíz americana con la influencia de escritoras como Flannery O’Connor. «Crecí apreciando las palabras y la lengua –explica-. Mi padre es poeta y, además de transmitirme su amor por el lenguaje, fue mi auténtico mentor».

(Artículo publicado en el suplemento M360 de ABC el 17 de julio de 2009)