A Paul Weller te lo acabas creyendo haga lo que haga. Ése es su secreto y lo que le ha permitido mantenerse en activo durante más de tres décadas. Incluso cuando su carrera en solitario se había convertido en un socorrido refugio para seguir abrillantando ese soul-rock adulto tan poco apasionante, sus directos seguían conservando ese plus de elegancia y vigor propio de alguien que acumula horas de vuelo y pasados históricos al frente de The Jam y The Style Councyl. Ahora, sin embargo, las cosas han cambiado y el espléndido «22 Dreams» ha equilibrado por fin la balanza. El último disco del británico no sólo ha dignificado su discografía más reciente, sino que ha revitalizado una puesta en escena en la que Weller se quita de encima diez o quince años con una facilidad pasmosa.
Acompañado por el respaldo instrumental de Steve Cradock (guitarras), Andy Lewis (bajo), Andy Crofts (teclados) y Steve Pilgrim (batería), el hombre que rechazó una condecoración como Comandante del Imperio Británico se reencontró el viernes en el Espacio Mivistar de Barcelona con la mejor versión de sí mismo y, durante casi dos horas, exhibió con todo lujo de detalles el inesperado repunte creativo que ha acompañado a su último trabajo. Enérgico, brioso y crispado, Weller se vació para firmar una primera hora sencillamente memorable, con ágiles diálogos entre guitarras y teclados y rotundas y veloces versiones de «Wild Blue Yonder», «Paper Smile», «For The Floorboards Up», «Changingman» y «All I Wanna Do (Is Be With You)». Como en sus mejores tiempos, el autor de «In The City» trenzó su voz a unas detonaciones de pop urgente y correoso que, poco a poco, se fueron transformando en inyecciones de soul estilizado y pinceladas de psicodelia.
Acompañado por el respaldo instrumental de Steve Cradock (guitarras), Andy Lewis (bajo), Andy Crofts (teclados) y Steve Pilgrim (batería), el hombre que rechazó una condecoración como Comandante del Imperio Británico se reencontró el viernes en el Espacio Mivistar de Barcelona con la mejor versión de sí mismo y, durante casi dos horas, exhibió con todo lujo de detalles el inesperado repunte creativo que ha acompañado a su último trabajo. Enérgico, brioso y crispado, Weller se vació para firmar una primera hora sencillamente memorable, con ágiles diálogos entre guitarras y teclados y rotundas y veloces versiones de «Wild Blue Yonder», «Paper Smile», «For The Floorboards Up», «Changingman» y «All I Wanna Do (Is Be With You)». Como en sus mejores tiempos, el autor de «In The City» trenzó su voz a unas detonaciones de pop urgente y correoso que, poco a poco, se fueron transformando en inyecciones de soul estilizado y pinceladas de psicodelia.
Fue justo después de «Shout To The Top», cita añeja a The Style Council y vendaval rítmico que puso la pista del Espacio Movistar patas arriba, cuando el concierto perdió algo de intensidad y el autor de «Wild Wood» se centró en su faceta más ensimismada con dilatadas excursiones instrumentales -«Porcelain»- y recesos acústicos -«Night Lights», «The Butterfly Collector»- que enfriaron un tanto el rumbo de la noche. No fue, sin embargo, más que un descanso para recuperar fuelle y preparar la estocada final, un golpe de gracia que empezó a fraguarse con los calambrazos de «Echoes Round The Sun» y «Come On» y que desembocó en una espléndida tanda de bises en la que Weller, eufórico y desbocado, no tuvo más remedio que acordarse de The Jam y rescatar «That´s Entertainment» y «A Town Called Malice», guiños finales que acabaron rubricando su condición de leyenda en plena forma y sin fecha de caducidad a la vista.
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