La tradición manda: llega el Primavera Sound o, como en este caso, el Primavera Club; los conciertos se suceden con cierta normalidad y de repente aparece alguien que la lía gorda. Pero bien gorda. Ocurrió con Shellac, ocurrió de nuevo con The Twilight Singers y, contra todo pronóstico, ocurrió también con Eli "Paperboy" Reed & The True Loves.
Fue, a pesar de Mark Lanegan & Isobel Campbell, Mika Miko y Deerhoof, EL CONCIERTO del Primavera Club 2008; el único que consiguió arrancar al público de sus asientos y poner a prueba los nervios de los gorilas de seguridad del Auditori del Fòrum con una una invasión de escenario que a punto estuvo de convertirse en avalancha.
Había que verlo sacudiéndose sobre el escenario mientras esa hormigonera de ritmo y vientos que son los True Loves pisaban el acelerador con "(Doin' The) Boom Boom" para hacerse una idea del tipo de sangre que corre por las venas del estadounidense. Sangre retro, sí, pero no por eso menos excitante y efervescente. Tremendo. De verdad.
(Doin The) Boom Boom - Eli Paperboy Reed & The True Loves
"Stake Your Claim". Eso, Eli, hazte valer. Veamos: hay quien ve en el norteamericano a un lechugino blanco con muchos discos y pocas ideas y, bien mirado, puede que cualquier disco de soul de los sesenta le da cien patadas, pero él tiene ALGO. O, mejor dicho, tiene ESO. ¿Y qué es ESO?
Allá vamos: es blanco, de Massachusetts y lleva apenas 24 años sobre la tierra, pero canta como si Wilson Pickett se le hubiese metido por la pernera del pantalón para clavarle chinchetas en la pantorilla. Su voz suena desgarrada, creíble e insólitamente atemporal; nada que ver con las toneladas de música digestiva y estilizada que los publicistas cool nos quieren colar como soul. No, esto es otra cosa.
En el autor de "Roll With You" se intuye el descaro centrifigado de Jackie Wilson y la energía magnética de Ottis Reeding. Y luego están las canciones... ¡Qué canciones! Fogonazos de soul rugoso e hipervitaminado que no desentonarían a lado de las grandes joyas de Stax, Volt o Hi. Parecen versiones pero, créanlo, son composiciones propias y originales.
Am I Wasting My Time? Para nada, Eli, para nada. El mundo necesita música así. Pequeños toques de atención y recordatorios de que no todo acaba en el drone rock y el folk experimental tocado con cacerolas. Es viejo y es retro, sí, pero es necesario. Y no, esto no tiene que ver con el "cualquier tiempo pasado fue mejor", sino con la máxima de que cualquier tiempo pasado fue importante y es importante conocerlo.
Si la memorable actuación de Eli "Paperboy" Reed & The True Loves sirve para que al menos una de las cerca de dos mil personas que se retorcía de placer en el Auditori salga con ganas de atar cabos, mejor que mejor.
Si no, por lo menos tendrán una actuación monumental e incendiara para archivar en el disco duro.
Allá vamos: es blanco, de Massachusetts y lleva apenas 24 años sobre la tierra, pero canta como si Wilson Pickett se le hubiese metido por la pernera del pantalón para clavarle chinchetas en la pantorilla. Su voz suena desgarrada, creíble e insólitamente atemporal; nada que ver con las toneladas de música digestiva y estilizada que los publicistas cool nos quieren colar como soul. No, esto es otra cosa.
En el autor de "Roll With You" se intuye el descaro centrifigado de Jackie Wilson y la energía magnética de Ottis Reeding. Y luego están las canciones... ¡Qué canciones! Fogonazos de soul rugoso e hipervitaminado que no desentonarían a lado de las grandes joyas de Stax, Volt o Hi. Parecen versiones pero, créanlo, son composiciones propias y originales.
Am I Wasting My Time? Para nada, Eli, para nada. El mundo necesita música así. Pequeños toques de atención y recordatorios de que no todo acaba en el drone rock y el folk experimental tocado con cacerolas. Es viejo y es retro, sí, pero es necesario. Y no, esto no tiene que ver con el "cualquier tiempo pasado fue mejor", sino con la máxima de que cualquier tiempo pasado fue importante y es importante conocerlo.
Si la memorable actuación de Eli "Paperboy" Reed & The True Loves sirve para que al menos una de las cerca de dos mil personas que se retorcía de placer en el Auditori salga con ganas de atar cabos, mejor que mejor.
Si no, por lo menos tendrán una actuación monumental e incendiara para archivar en el disco duro.
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