35 AÑOS DESPUÉS DE PUBLICAR «BERLIN», EL EX LÍDER DE LA VELVET UNDERGROUND CULMINA EL PROCESO DE RESTITUCIÓN DE SU CLÁSICO MALDITO CON UN ÁLBUM QUE RECOGE SUS ACTUACIONES EN NUEVA YORK EN DICIEMBRE DE 2006
No hace mucho, coincidiendo con su visita a Barcelona para participar en el festival literario Kosmopolis, Lou Reed trató de desmentir la presunta oscuridad y sordidez en la que se viene sumiendo su discografía desde principios de los setenta asegurando que, comparado con Shakespeare, lo suyo es un juego de niños. «Suele decirse que The Bed es una canción deprimente pero, ¿qué hay de Otelo o Hamlet?», aseguró el neoyorquino señalando directamente hacia el corazón de Berlin, álbum que, por mucho que le pese a su autor, sigue siendo uno de los hitos trágicos y tenebrosos de la historia del rock.
El disco, publicado originalmente en 1973 y vilipendiado en su día por la crítica, revive de nuevo convertido en el paradigma de las obras maestras incomprendidas gracias a Berlin: Live At St. Ann's Warehouse, álbum que recoge la presentación en vivo del disco que el periodista Lester Bangs calificó como «quizás el disco más triste nunca escrito».
La grabación llega tarde, casi dos años después de que Lou Reed desempolvase oficialmente el disco en una exclusiva tanda de conciertos en Nueva York, Sidney y Europa, y cerca de un año y medio después de que Julian Schabel documentase en una película homónima aquella serie de recitales. Aún así, todo parece ajustarse al guión original que Reed había ideado para su tercer disco en solitario tras la escisión de The Velvet Underground.
«En aquel momento quise sacar un disco para luego montarlo en teatro y hacer con él una gira. Ése era el plan original, que finalmente no salió, debido a las críticas», ha asegurado recientemente un músico que, tocado pero no hundido, ha necesitado más de tres décadas para rehabilitar la importancia de una obra concebida como una película para los oídos ubicada en una ciudad dividida y protagonizada por Jim y Caroline, dos personajes marginales instalados en un ciclón de amor depresivo, toxicomanía, celos y autodestrucción.
El planteamiento, excesivamente cruel y ambicioso, chocó frontalmente con las expectativas de quienes esperaban una nueva y alocada crónica de las noches de neones y lentejuelas neoyorquinas. «Hay algunos discos tan claramente ofensivos que uno desearía tomar algún tipo de venganza física contra los artistas que los han perpetrado», podía leerse en la crítica que publicó en su día la revista Rolling Stone.
Dulce venganza. Treinta y cinco años después de aquéllo, el autor de Metal Machine Music se reconcilia definitivamente con su pasado y culmina su dulce venganza con la edición de una grabación en vivo que, más allá de reivindicar la innegable condición de obra maestra de Berlin, reproduce con pelos y señales la demoledora mezcla de tragedia, majestuosidad y épica del álbum original.
En Berlin: Live At St. Ann's Warehouse, la tensión se puede mascar desde que las voces del Brooklyn Youth Chorus irrumpen doblegando la historia y convirtiendo el epitafio de Sad Song en un amenazante prólogo, pero el punto clave, el momento en que todas las piezas encajan de un modo estremecedor, hay que buscarlo, una vez más, en The Bed. Una garganta ajada retransmite las imágenes que le pasan a Jim por la cabeza mientras contempla la cama en la que se acaba de suicidar Caroline y el coro, ese coro de voces cándidas y aflautadas, intenta aliviar el escozor de los recuerdos inyectando un poco de dulzura. El efecto, faltaría más, es devastador. «Este es el sitio donde ella ponía la cabeza cuando se iba a la cama por la noche y este es el sitio donde nuestros hijos fueron concebidos», se oye entre acordes secos de guitarra e inquietantes apuntes de trombón. No, esto no es una presentación en vivo al uso, sino un impecable ajuste de cuentas y un retorcido duelo con la memoria.
Tragedia en diez actos. Acostumbrados al Lou Reed espartano y minimalista que solventa casi todas sus actuaciones con tres músicos de acompañamiento y una crispada deconstrucción de su repertorio, el montaje que presentó los días 15 y 16 de diciembre en el St. Ann's Warehouse de Brooklyn roza lo fastuoso: doce niñas del Brooklyn Youth Chorus, secciones de viento y cuerda, coros a cargo de Antony y Sharon Jones, Tony Smith a la batería, Fernando Saunders y Rob Wasserman a los contrabajos, Rupert Christie a los teclados y Steve Hunter, único superviviente junto a Reed de la formación que grabó el disco en 1973, a la guitarra. Una alineación estelar e insólitamente abultada que reproduce la tragedia de Jim y Caroline con una fidelidad milimétrica.
Y es que, a pesar de no ajustarse exactamente a lo que Lou Reed tenía en mente cuando se apeó de la ola de Transformer, Berlin es un disco de emociones demolidas y sentimientos calcinados. Una tragedia en diez actos que empieza «en Berlin, junto al muro» y acaba con Jim entonando la más triste de las canciones. Suenan los últimos acordes de la rotunda Sad Song y en el ambiente aún flotan sórdidas escenas de celos y maltrato –Caroline Says II–, reproches cargados de odio –Oh, Jim–, instantáneas de adicción y drogodependencia –How Do You Think It Feels– y amargas reflexiones sobre las diferencias sociales –Men Of God Fortune–.
La atmósfera es irrespirable y, quizá en un intento por disipar esa nube tóxica, Reed prologa la actuación con una desengrasante tanda de bises –Rock Minuet, la siempre efectiva Sweet Jane y una escalofriante Candy Says interpretada por Antony– que no hace más que prolongar la agonía. El público aplaude, sí, pero el mal ya está hecho. «En Berlín, junto al muro, medías un metro setenta y cinco. Fue muy agradable».
(Artículo publicado orginalmente en el suplemento ABC De Las Artes y Las Letras el 22 de noviembre de 2008)
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