«Los japoneses no tienen alma. Prefieren lo americano, ir uniformados». Así de contundente se mostraba el laudista Kawabata Makoto cuando se le preguntaba sobre el estado de la cuestión de la música japonesa.
Lo que quizá no sabía el fundador de los alucinados Acid Mothers Temple es que si los japoneses no tienen alma es porque la deben haber vendido al mejor postor a cambio de poder moverse como pez en el agua por los extremos más afilados del espectro sonoro, esos en los que habitan artistas como Merzbow, Fushitsusha, o, rebajando el octanaje, Polysics, cuyo reciente trabajo, We Ate Machine, parece la conclusión lógica a una época de excesos metalúrgicos y relecturas a ciegas del imaginario cultural anglosajón.
Atrás quedan aquellos tiempos en los que las buenas nuevas de Oriente hablaban de Pizzicato Five, la escena de Shibuya y el pop meloso sobrecargado de parafernalia «kitsch». Con la progresiva mutación de los drones en intempestivas descargas de ruido, el «underground» nipón descubrió que el «noise» puro y duro podía ser una manera de expresión tan válida como cualquier otra.
Merzbow, Violent Onsen Geisha, Massona y Hanatarash empezaron a dar qué hablar dando forma al ruidismo japonés, pero ha sido en los últimos años cuando ciudades como Tokyo y Osaka se han entregado a la exportación de toda clase de atrocidades sonoras que, lindando casi siempre con el «metal» y el rock de vanguardia pasado de revoluciones, no entiende de medias tintas.
Merzbow_ Minus Zero
No es casualidad que incluso un esteticista como Cornelius, prestidigitador del pop más detallista, pierda los papeles en directo y anude electrónica detallista con furibundas dentelladas de guitarra con pasmosa facilidad.
Aún a medio domesticar, el subsuelo nipón anda la mar de entretenido esquivando las acometidas de Boredoms, Boris y Nissenenmondai, nuevas bestias pardas de un rock oriental al que se suman ahora, casi por oposición, los histriónicos Polysics, delirantes guerrilleros del revival «new wave» que se ha propuesto amortiguar las salidas de tono de sus compatriotas con una mezcla de electrónica casera, pop elástico y «punk» virulento. Acaban de publicar We Ate Machine, álbum que, más allá de perpetuar su condición de replicantes de Devo, viene a aportar la enésima evidencia de hasta qué punto los japoneses se han propuesto desviar a sartenazos el curso natural de la historia de la música popular. La suya y, claro, también la de los demás.
(Artículo publicado orginalmente en el suplemento ABC De Las Artes y Las Letras el 1 de noviembre de 2008)
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