Niño prodigio. Porque Johnston, igual que su música, no se rige por las leyes de la normalidad. Es un genio loco, pero loco de verdad. No hay metáforas ni línea poética que separe la cordura de la genialidad en un músico que ha tenido que convivir durante buena parte de su vida con un trastorno bipolar y una larga lista de obsesiones que arranca en The Beatles y toma caminos cada vez más insospechados para desembocar en el fantasma Cásper, el Capitán América, el número nueve o el Diablo.
¿Algo más? Ahí va: Johnston empezó a sufrir depresiones crónicas en su infancia, empeoró con un primer mal de amores del que nunca ha acabado de curarse y trató de combatir sus fantasmas dedicándose al arte en cuerpo y alma. Filmó películas caseras, ilustró sus primeras grabaciones con cómics propios -de ahí nace el célebre dibujo que ilustra este artículo y que sirvió de carátula para la cinta Hi, How Are You?-, grabó todo tipo de reflexiones... Fue, en fin, un niño prodigio que, como Brian Wilson y Syd Barret, tuvo que aprender a convivir con un cerebro delicadillo y a conciliar su talento con sus entradas y salidas de instituciones mentales o su trabajo limpiando mesas en un McDonalds.
Este es el equipaje que el autor de Speeding Motorcycle arroja de nuevo al vacío discográfico en At Home Live, colección de grabaciones caseras que recuperan al Johnston más destartalado, entrañable y enigmático. Poco importa que en los últimos años haya pulido su trabajo creando discos vigorosos y aseados bajo la batuta de Mark Linkous (Sparkelhorse), Paul Leary (Buthole Surfers) o Kramer y haya colaborado con Yo La Tengo, Jad Fair y miembros de Sonic Youth; At Home Live es, con sus ladridos de perro y sus cuerdas desafinadas, un viaje al pasado que recupera el espíritu de aquellas grabaciones primerizas y espartanas que el californiano grababa en su casa y distribuía puerta por puerta en casetes manufacturados.
Un cómplice. Disponible únicamente en formato digital, no hay en At Home Live banda de acompañamiento, ni productor ni nada que se le parezca. Sólo una guitarra y un piano que suenan como una hormigonera averiada, una voz aniñada estrangulada por el paso del tiempo, y la cámara del artista visual Stephen Tompkins, cómplice de Johnston y responsable de haber puesto en circulación estas grabaciones domésticas registradas en 1999.
Así, entre versiones desenfocadas y magulladas de I Hate Myself, Love, The Spook o Silly Love, esta grabación en directo compone el enésimo retrato de un artista que es imposible reducir a unos simples trazos; un músico en constante pulso entre la genialidad y la demencia; entre el culto artístico y el anonimato forzado. Un genio del pop, el último quizá, capaz de firmar resplandecientes canciones como Walking The Cow o I Live For Love y, acto seguido, rechazar un contrato discográfico de Elektra por considerar que un sello que tiene entre sus filas a Metallica tiene que ser necesariamente satánico.
David Morán
(Artículo publicado originalmente en el suplemento ABCD Las Artes y Las Letras el 4 de abril de 2009)
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