Nunca ha sido Bill Callahan un tipo demasiado dado a repetirse. Durante los últimos veinte años, el artista antes conocido como (Smog) –con o sin paréntesis, según el caso– siempre ha gustado de jugar al ratón y al gato con su propia evolución planeando cada nuevo trabajo como si fuese el primero y construyéndose poco a poco un amplio ventanal desde el que el contemplar el polvoriento paisaje de la música de raíz americana.
No es “Sometimes I Wish We Were An Eagle” ninguna excepción y, después del soleado y luminoso “Woke On A Whaleheart”, el de Maryland se escora de nuevo hacia el rock gótico para tallar en granito unas composiciones que resbalan entre enredaderas de vientos y cuerdas. Esto es, en fin, el mismo Callahan de siempre y, al mismo tiempo, un Callahan completamente diferente.
“Empecé a contar una historia sin conocer el final, solía ser oscuro y me volví luminoso, y ahora soy oscuro otra vez”, se oye en la inaugural “Jim Cain”, pieza que, a pesar de lo que pueda parecer, no pretende explicar el camino que ha seguido Callahan para llegar hasta aquí, sino que quiere ser un homenaje a James M. Cain, autor de “El cartero siempre llama dos veces” y uno de los escritores de cabecera del estadounidense. Aún así, ese ir y venir entre luces y sombras parece la metáfora perfecta para un disco dolorosamente bello y espinado; un trabajo de tono apagado y melancólico que, sin embargo, no transmite tristeza ni desilusión, sino algo mucho más complicado de explicar.
Curado de espantos y con el mal de amores escondido en algún cajón –acaba de romper, según informa la prensa rosa del indie, con Joanna Newson–, Callahan alza de nuevo esa voz de barítono somnoliento y, desde una tercera o cuarta dimensión en la que coincidirían Lou Reed, Leonad Cohen y Nick Cave, construye un nuevo monumento de rock áspero y enrevesado en el que se refleja la belleza de “Rococo Zephyr” y “Too Many Birds” y que acaba coronando la monumental “Faith/Void”, casi diez minutos de desengaños religiosos y cuerdas suspendidas. Una maravilla. Otra más.
David Morán No es “Sometimes I Wish We Were An Eagle” ninguna excepción y, después del soleado y luminoso “Woke On A Whaleheart”, el de Maryland se escora de nuevo hacia el rock gótico para tallar en granito unas composiciones que resbalan entre enredaderas de vientos y cuerdas. Esto es, en fin, el mismo Callahan de siempre y, al mismo tiempo, un Callahan completamente diferente.
“Empecé a contar una historia sin conocer el final, solía ser oscuro y me volví luminoso, y ahora soy oscuro otra vez”, se oye en la inaugural “Jim Cain”, pieza que, a pesar de lo que pueda parecer, no pretende explicar el camino que ha seguido Callahan para llegar hasta aquí, sino que quiere ser un homenaje a James M. Cain, autor de “El cartero siempre llama dos veces” y uno de los escritores de cabecera del estadounidense. Aún así, ese ir y venir entre luces y sombras parece la metáfora perfecta para un disco dolorosamente bello y espinado; un trabajo de tono apagado y melancólico que, sin embargo, no transmite tristeza ni desilusión, sino algo mucho más complicado de explicar.
Curado de espantos y con el mal de amores escondido en algún cajón –acaba de romper, según informa la prensa rosa del indie, con Joanna Newson–, Callahan alza de nuevo esa voz de barítono somnoliento y, desde una tercera o cuarta dimensión en la que coincidirían Lou Reed, Leonad Cohen y Nick Cave, construye un nuevo monumento de rock áspero y enrevesado en el que se refleja la belleza de “Rococo Zephyr” y “Too Many Birds” y que acaba coronando la monumental “Faith/Void”, casi diez minutos de desengaños religiosos y cuerdas suspendidas. Una maravilla. Otra más.
(Artículo publicado originalmente en el suplemento ABCD Las Artes y las Letras el 18 de abril de 2009)
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