Un cofre antológico de diez discos y más de doscientas canciones reaviva el legado de Motown coincidiendo con el 50º Aniversario de la discográfica de Detroit
La idea era tan aparentemente sencilla que cuesta creer que a nadie le ocurriera antes: si los blancos se habían apoderado del rhythm'n'blues y lo habían centrifugado en los cubículos del Brill Building neoyorquino, ¿por qué no pagarles con la misma moneda? O, mejor aún, ¿por qué no ir todavía más lejos? «Por aquel entonces, la industria de la música estaba dividida -recuerda el cantante y compositor Smokey Robinson-. Pero desde el día en que Motown empezó, Gordy nos dijo: "No vamos a hacer música negra; vamos a hacer música para todo el mundo"».
Y el mundo, claro, se volvió loco: melodías urgentes, soul refinado, voces elásticas y poderosas, pop lijado y embadurnado con brillantes capas de rythm'n'blues, el fabuloso bajo de James Jamerson marcando el compás y atornillando el ritmo, los destellos de cuerdas y pandereta? La marca de fábrica Motown, el «sonido de la joven América», rugiendo en los altavoces de blancos y negros y conquistando entre aullidos y caderazos las listas de ventas. ¿Ejemplos? Ahí van unos cuantos: Please Mr. Postman, Baby Love, My Girl, I Can't Help Myself (Sugar Pie, Honey Bunch), Ain?t Too Proud To Beg, Reach Out I?ll Be There, What?s Going On, Get Ready, ABC, Stoned Love... Y así podríamos seguir hasta que se nos acabase el espacio.
Oro negro. «Bombardeamos el mundo con discos de éxito», sentencia Robinson en el libreto del lujoso Motown: The Complete No.1's, cofre del tesoro que reúne en diez discos todos los sencillos que llegaron a lo más alto de las listas de ventas entre 1961 y 2000 y que reviven una vez más para conmemorar el 50 aniversario del legendario sello de Detroit. Son más de doscientas canciones, sí, pero apenas consiguen reflejar la luminosa cara A de una historia que, medio siglo después, no se entiende sin la insuperable colección de sencillos Hitsville USA. The Motown Singles Collection 1959-1971 ni sin versiones alternativas y más completas como las que brindan el documental Standing In The Shadows Of Motown y el libro Motown: Music, Sex, Money And Power, de Gerald Posner.
Fundada en 1959 por Berry Gordy Jr, autor de algunos de los primeros éxitos de Jackie Wilson y operario de la fábrica Ford de Detroit, Motown nació a imagen y semejanza de esas cadenas de montaje que su creador tan bien conocía: compositores, arreglistas, músicos y cantantes trabajando en departamentos contiguos en busca de un único objetivo común: el éxito. Ahí están el segundo sencillo que publicó el sello -Money (That?s What I What I Want), cantado por Barret Strong y firmado, cómo no, por Gordy- y el nombre que le pusieron al cuartel general del sello en Detroit -Hitsville, la casa de los éxitos- para confirmar que, en efecto, Motown había nacido para comerse el mundo.
12 millones de discos al año. La conjunción fue prácticamente perfecta: en la planta baja, el equipo creativo comandado por los inagotables Eddie y Brian Holland y Lamont Dozier se sacaba un himno tras otro de la chistera y en el sótano, bautizado por los músicos como el Nido de Víboras, The Funk Brothers daban forma a las irresistibles melodías que acabarían cantando Marvin Gaye, Stevie Wonder, The Four Tops, The Miracles, The Temptations, The Contours, The Jackson 5 y varias decenas más de nombres propios que, entre el 63 y el 68, firmaron los mejores discos del sello. Gordy, instalado en el primer piso, lo manejaba todo con mano de hierro, confrontaba a sus artistas y multiplicaba los beneficios: vendía una media de 12 millones de discos anuales, pero sus compositores sólo recibían 2 dólares a la semana.
Ain?t No Place Like Motown, cantaban The Velvelettes a mediados de los sesenta, y aún hoy, la historia del sello de Detroit es la de un inigualable modelo empresarial en el que la exuberancia de los lanzamientos no siempre reflejaba lo que se cocía realmente en las oficinas de Hitsville.
El traslado de los estudios a Los Ángeles y el interés de Gordy por convertir a su amada Diana Ross en estrella del celuloide fueron la puntilla, pero Motown siempre estuvo bien servida de episodios oscuros: los músicos tenían que lidiar con detectives contratados por Gordy para evitar que grabasen para otros artistas; el dream team compositivo formado por los hermanos Holland y Dozier se hartó de que se le regateara el jornal y se independizó para fundar Invictus; y Marvin Gaye tuvo que plantarse para poder grabar What?s Going On, obra maestra y conceptual de la que Gordy no quería saber nada debido a su inflamada carga social.
Luces y sombras. Como no es oro todo lo que reluce, el recopilatorio, igual que la historia del sello, empieza a flaquear a principios de los setenta y después de Let?s Get It On llega una cuesta abajo solo amortiguada ligeramente por el éxito de The Commodores. Así, para llegar al Bag Lady de Erykha Badu no hay más remedio que atravesar las toneladas de azúcar con las que Lionel Richie, Boyz II Men y, en fin, el Stevie Wonder de I Just Called To Say I Love You, transformaron uno de los catálogos más robustos y excitantes de la historia del pop en un pringue de cuidado.
Atrás quedaba la época dorada de un sello que convirtió el soul en nuevo pop, y que navega ahora la deriva en el océano de sellos de Universal -Gordy vendió la compañía en 1988 por 61 millones de dólares- a la espera de que onomásticas como ésta le permitan desempolvar un legado artístico que, a pesar de su sobreexplotación, sigue siendo un paradigma de calidad, popularidad y rentabilidad comercial.
El sueño húmedo de cualquier empresario discográfico que Gordy hizo realidad con 800 dólares en el bolsillo y una ambición a prueba de bombas.
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