Sesión de espiritismo con Manic Street Preachers


Seguro que les suena la historia: Richey James, el malogrado letrista de Manic Street Preachers, reivindicando la ética del punk y escribiéndose en el brazo el lema “4 Real” con una cuchilla de afeitar. Para verlo.

Pocos años después el galés desaparecería del mapa y sus compañeros empezarían a subastar su supuesta autenticidad con discos cada vez más espesos, domesticados e inofensivos. Después de “Everything Must Go”, primer trabajo de la banda sin James –aunque con algunas letras suyas–, la carrera de los autores de “Know Your Enemy” se convertiría en una fila india de pifias y palos de ciego. Una accidentada travesía que , sin embargo, parece llegar a su fin con Journal For Plague Lovers”, emocionante trabajo en el que los Manics le ponen música y corazón a las letras que James dejó escritas antes de esfumarse del mapa.


Los Manic Street Preachers, todavía con Richey James, en Glastonbury 1994

Esto es como sabrán, el disco post-mortem de los galeses; una ofrenda funeraria a un James que fue declarado oficialmente muerto a finales del año pasado y que no solo recupera su memoria y sus apuntes, sino que ha permitido al trío quitarse quince años de encima y enlazar directamente con “The Holy Bible”. Ya lo intentaron con el espeso “Send Away The Tigers”, pero es “Journal Plagues For Lovers” el disco que devuelve a los Manic Street Preachers a la casilla de salida y les permite reencontrarse con su pop aguerrido, acorzadazo y atrozmente herido.

La angustia y la depresión, tortuosos motores creativos de los noventa, transplantados de nuevo en una década en la que el tráfico de confesiones parece haberse convertido en negocio exclusivo de las plañideras del folk.




Quizá sea la presencia en los controles de Steve Albini, célebre productor y cable de alta tensión que electrocuta cuanto toca, lo que explique el brioso repunte eléctrico de los galeses, pero no puede ser una simple casualidad que su disco más inspirado en lo que va de década coincida con la exhumación de los textos dolientes y desesperados de James.

Como explica el cantante James Dean Bradfield en el vídeo que aparece más abajo, los Manics entraron en el estudio siendo plenamente conscientes de la responsabilidad que tenían con esas letras y, entre eso y la ayudita espirtual que les haya podido mandar James desde el más allá, la verdad es que les ha quedado un disco de lo más apañado.

(Artículo publicado en el suplemento M360 el viernes 22 de mayo)

Tarantuleando



Pasó el ciclón Joe Crepúsculo y aquí están de nuevo Tarántula, extendiendo su brazo musical y tirando del hilo del rock’n’roll de derribo para retomarlo justo donde lo dejaron con “Esperando a Ramón”. O, lo que lo mismo, para seguir reivindicándose como la banda más bizarra, desternillante y políticamente incorrecta del indie patrio. De cuatro tipos que gastan nombres como Vincent Leone, Joe Crepúsculo, Dani Descabello y Eneko Trece se puede esperar cualquier disparate, pero “Humildad trascendental” va mucho más allá del chascarrillo de temporada para convertirse la primera gran radiografía de los tiempos que corren.

No se cortan un pelo los barceloneses y, con la influencia de Derribos Arias más y mejor digerida, disparan aquí contra todo lo que se les ponga a tiro, ya sea la economía, la gran mentira del arte o ese “pozo negro de Cataluña” que es Barcelona. “Solo me importa la ficción, la ciencia no la entiendo”, braman en “Total por una noche”, uno de esos anti-himnos torcidos que, como “Antisistema solar”, “Gusano”, “A la bolsa” y “El vals de las mariposas”, lubrican un álbum en el que las melodías, ebrias y deliberadamente afeadas, avanzan haciendo la conga entre latigazos de pop esquizoide, churretones de rock, destartalados ritmos sintéticos y filosofía de barra de bar. De locos.

The Mae Shi__ Run To Your Grave

Homedrunk__The Unfinished Sympathy

Za, guerrilleros de la vanguardia


Es fácil acordarse de ellos. Seguro que Warren Ellis (The Dirty Three) sigue teniendo pesadillas y sudores fríos con esa banda que le aguó la presentación de “Ocean Songs” en el Primavera Sound barcelonés de 2007. No es para menos: mientras los australianos reproducían las estampas acuosas de su cuarto disco, tres catalanes semidesconocidos andaban metiendo un ruido de miedo en un escenario contiguo y llenándolo todo de electricidad estática, interferencias y pedacitos de canciones convenientemente despellejadas y trituradas.

Bien pensado, ¿qué otra cosa se puede esperar de una banda que se presentó en sociedad “como una gran bola cúbica de granito” con “Eki eki eki Kazaaam!” y que regresa ahora con “Macumba o muerte”, un disco en el que lo mismo reconocen la influencia de Monty Python y los cantos de los pastores de Tuva que se apropian de una canción tradicional siberiana y de los sonidos de un mercado árabe?

Que el disco lo haya masterizado Bob Weston (Shellac) en Chicago puede ser una prueba de que la cosa va en serio, pero si algo no necesitan Za son padrinos. Ellos solos se sobra y se bastan para orquestar una escabechina de free-jazz, hardcore desenfocado y afiladísimo punk de trinchera en la que solo tres tipos se las apañan para manejar hasta nueve instrumentos y decenas de referencias diferentes.

Ni siquiera necesitan letras o palabras inteligibles para firmar un impetuoso y alocado disco que, pura fibra y músculo, se deja caer por el despeñadero de la vanguardia procurando tropezar con cualquier estilo que implique meter ruido y hacer el indio. Será por eso que “Macumba o muerte” es, con sus trompetas como de mariachis beodos, sus ritmos de inspiración africana y el zumbido de unas guitarras que van de The Ex a Zu, uno de esos extrañísimos casos en los que experimentación no es sinónimo de aburrimiento, sino de todo lo contrario. La vanguardia es aquí algo crepitante, cercano, peligroso y amenazante. Algo vivo y, sobre todo, disfrutable.

(Artículo publicado originalmente en el suplemento ABCD Las Artes y Las Letras el 9 de mayo de 2009)

Poptimismo__ The Boo Radleys

Bob Dylan cambia de mano


Veamos, ¿queda algo por decir de Bob Dylan? ¿Algo nuevo que escribir? Poeta visionario, renovador de la tradición norteamericana, eterno candidato a un Nobel que, según parece, le va a seguir esquivando unos cuantos años, huraño corredor de fondo, leyenda de carretera y manta, enemigo de los focos, guitarrista eternamente escondido tras una barricada con forma de teclado… Parece que a estas alturas, no queda nada por descubrir del autor de “Like A Rolling Stone”. ¿O sí? Quizá a nosotros se nos acaban las palabras, pero a él no. Eso seguro.

O eso parece después de ver cómo ha tirado del hilo de “‘Life Is Hard’, tema compuesto para la película ‘My Own Love Song’, de Oliver Dahan, y se ha acabado tropezando con “Together Trough Life”, un disco que, efectivamente, no estaban en el guión. Y precisamente por eso, por esa inesperada erupción de creatividad, el disco número 46 del de Duluth presenta a Dylan con las mismas cartas de siempre pero jugando una mano diferente.

Sí, diferente: después de una tacada de discos líricamente amargos, “Together Trough Life” suena a divertimento. Pero no divertimento como sinónimo de menor, sino como sinónimo de pasarlo en grande revolcándose en la ciénaga del blues, dibujando pinceladas de música cajún aquí y allá y dejándose llevar por el acordeón de David Hidalgo (Los Lobos) y la guitarra de Mike Campbell (The Heartbreakers).

Asegura Dylan que se trata de un disco de “romanticismo afilado”, y aunque la ironía siga campando a sus anchas, los versos suenan menos lóbregos que antaño y las continuas rozaduras estilísticas, del blues al rythm’n’blues pasando por el rock de los años cincuenta, el tex-mex y las especias norteñas, iluminan este álbum con una luz diferente. La luz del amor hallado y, sobre todo, perdido.

(Artículo publicado originalmente en el suplemento M360 de ABC el 1 de mayo de 2009)