Black Lips y el gamberrismo ilustrado


Incluso para ser un completo descerebrado hace falta una pizca de talento.

De poco sirve entregarse en cuerpo y alma al goce memo y gamberro y coleccionar acusaciones de comportamiento inmoral sobre el escenario si luego no hay unas canciones que equilibren la balanza y justifiquen salir de gira a hacer el cafre. Sí, la pescadilla que se muerde la cola pero en versión indie mugriento. Así que, resumiendo, los Black Lips son unos descerebrados con canciones.

Con grandes canciones, si me apuran.

Enquistados en el corazón del garage, ahí donde el pop se deja pervertir e invitar a rondas de brebajes cada vez más sospechosos, los de Atlanta siguen comportándose como unos hunos silbantes y recogen casi todo el caos sembrado en los últimos años en un disco que customiza el sonido Nuggets con un amasijo de guitarras grasientas, estribillos para recitar de memoria, percusiones primitivas y zarpazos a The Velvet Underground, The 13th Floor Elevators y los New York Dolls.

Quizá no sea tan pop, redondo y despejado como el anterior “Good But Not Evil”, pero “200 Million Thousand” va más allá en su intento por recuperar el envoltorio psicodélico y legañoso de sus anteriores producciones y encajarlo en nuevos himnos beodos y agitados como “Drugs”, “Let It Grow”, “Short Fuse” o “Body Combat”.

Un disco-bisagra que potencia la imagen de Black Lips como delicioso y adictivo barullo sonoro.

(Artículo publicado originalmente en el suplemente ABCD Las Artes y Las Ciencias el 28 de febrero de 2009)


El álbum de fotos (sonoras) de The Kinks


Teníamos los recopilatorios de singles, los recopilatorios a secas, las reediciones de Castle, los libros con las letras traducidas al castellano, las réplicas en miniatura que simulaban en CD las ediciones originales de los LP’s, los DVD’s en directo y ahora esto. La antología “definitiva” (sí, lo dejaremos entre comillas hasta dentro de un rato) de The Kinks y, a primera vista, una jugosa y placentera sobredosis de guitarras zumbonas, british invasion de etiqueta, pop costumbrista, ironía sin anteojos y canciones como soles.

Y es que, sobre el papel, “Picture Book” tiene el tamaño y la apariencia adecuada para resumir y empaquetar de una vez por todas el universo lírico y musical de la banda de los hermanos Davies: seis discos, más de 130 canciones y un cuidado libreto con fotos inéditas e introducción a cargo del mismísimo Ray Davies, quien también ha participado y la selección y recopilación de material.




Dicho esto y antes de sacar el babero, una pega: como en todas esas historias que, a fuerza de repetirlas una y otra vez, acaban perdiendo matices y ganando aportaciones personales dependiendo de quien las cuente, la de The Kinks está abierta a todo tipo de interpretaciones. Su paso por los sesenta es indiscutible, volando bajo el radar de The Beatles y The Rolling Stones y rellenando los huecos que estos dejaban a base de acercarse al music hall, el pub-rock y el pop sobreexcitado.

El tridente formado por “The Kink Kontroversy” (1965), “Face To Face” (1966) y “Something Else By The Kinks” (1967), obras maestras en fila india a las que podría añadirse también “The Village Green Preservation Society” (1968), son el orgullo y la razón de ser de una discografía que empieza a complicarse a partir de los setenta: justo después de “Lola vs. the Powerman & the Money-Go-Round, Pt. 1” (70) el adjetivo menor empieza a aparecer con demasiada frecuencia junto al nombre de The Kinks.



De ahí que, a pesar de todo, esta colosal obra quede algo descompensada y acabe dando excesivo protagonismo a discos completamente irrelevantes como “Phobia” (93), su última grabación como banda.

Su primera época, la más dorada y provechosa, queda espléndidamente retratada en los tres primeros discos de “Picture Book”, aunque incluso ahí hay algún que otro desliz. No se entiende, por ejemplo, por que se sacrifiquen las versiones originales de “Dedicated Follower Of Fashion” y “Dead End Street” por dos tomas inéditas pero claramente inferiores -la primera, sin esos coros beodos que tanto bien le hacen; la segunda, con un sonido sencillamente horroroso-; que se anuncie a bombo y platillo el riguroso orden cronológico de las canciones y “You Really Got Me” (su tercer single) aparezca antes que “Long Tall Sally” (el primero) y que ni siquiera se haga mención a la estupenda “You Still Want Me”.

Aún así, es en esos tres primeros discos donde se concentra casi todo el encanto de esta nueva antologíaa: clásicos instantáneos como “Sunny Afternoon”, “All Day And All The Night”, “Where Have All The God Times Gone”, “David Watts”, “Death Of A Clown”, grabaciones para la BBC de “Love Me Til The Sun Shines”, versiones mono de temas como “Waterloo Sunset” y “Apeman”




En el cuarto disco, el boggie vacilón “Skin And Bone” y la toma en directo de “Alcohol” sirven para enlazar con el periodo más ambicioso e incomprendido de Ray Davies, el de las óperas-rock “Preservation Act. 1” (73) y “Preservation Act. 2” (74) así como las secuelas “Soap Opera” (75) y “Schoolboys In Disgrace” (75). Son discos irregulares y perdidos en el limbo de lo conceptual cuya fragmentación permite disfrutar mejor piezas como “(A) Face In The Crowd”, “Holiday Romance” y “No More Looking Back”.

No se puede decir lo mismo de los dos últimos discos de la caja, donde toda la elegancia empieza a desvanecerse para dar pie a una suerte de intrascendente rock adulto y acorazado que crece en torno a la hercúlea versión en vivo de “Love Budget”. Un secreto: el quinto disco todavía es tolerable, pero el sexto, con cinco temas del minúsculo “Phobia”, es directamente amputable.

David Morán

The Kinks
“Picture Book”
SANCTUARY

(Artículo publicado originalmente en la revista Rockdelux 270 de febrero de 2009)

M. Ward, la nueva vieja guardia



Maravilloso. Así de simple y, al mismo tiempo, así de complejo.

Sintonizando músicas que solo existen en su transistor y convirtiendo su guitarra en una tabla oiuja que convoca a los espectros de las tradiciones pasadas, M. Ward lo ha vuelto a hacer. Otra vez.

Si “Post War” fue una fascinante inmersión en el folclore norteamericano, “Hold Time” redobla la apuesta y transforma la intimidad resquebrajada que fue en un exuberante y exquisito vagabundeo por el pop con sabor a western, a jazz en blanco y negro, a barrizal de blues y a un millón de cosas más que adquieren nuevas texturas y sabores en manos del californiano.

Una maravilla. En serio. Ni siquiera la presencia de Jason Lytle (Grandaddy), Zooey Deschanel y una despellejada Lucinda Williams consiguen desviar el rumbo de un álbum con vida propia que suena como llegado de otra galaxia, de otro tiempo.

M Ward es, con esas melodías que reverberan entre cuerdas y percusiones crujientes, un Tom Waits enamorado del lado brillante de la vida; uno de esos pocos y extraños casos en los que genio, paciencia y magia se alían para reivindicar la música como obra de arte total y atemporal. No es casualidad que incluso el “Rave On” de Buddy Hollie se mimetice con el entorno hasta acabar pareciendo una composición propia.

Una maravilla. En serio.

David Morán

(Artículo publicado originalmente en el suplemento ABCD Las Artes y Las Letras el 21 de febrero de 2008)

Morrissey, el maestro de las tormentas



Es algo que no se olvida, pero para mal.

La imagen de Morrissey y su banda posando completamente desnudos y tapando sus vergüenzas con singles de 7” estratégicamente situados –sí, sí, justo ahí– es una de esas que cosas que justificarían la invención de un botón de delete para el cerebro. La fotografía en cuestión es la excusa para promocionar el single “I’m My Arms Around Paris”, pero también una nueva paletada de cemento para reforzar esa fe, cada día más ciega, cada vez más inestable, en el músico británico.

Morrissey, el fino estilista del pop, el dandy vanidoso, llevando la teoría a la práctica y exhibiendo sin reparo unas lorzas a juego con las rugosas turbulencias emocionales que luce en “Years Of The Refusal”. Será que los nuevos tiempos requieren estrategias más agresivas. O simplemente que se ha hartado de llevar la procesión por dentro y ahora la luce sin pudor ni recato. Para verlo. O, mejor dicho, para olvidarlo.

Porque, a todo esto, Morrissey tiene nuevo disco en solitario. El noveno desde que bajó la persiana de The Smiths y el primero en el que el rock amenaza con destronar al pop con un musculoso y crispado golpe de estado. Pero como ocurre con la imagen olvidable del párrafo anterior, tampoco es casualidad que “Years Of Refusal” suene a pararrayos en plena tormenta eléctrica: tres años después del vitalista “The Ringleader Of The Tormentors”, Morrissey vuelve a verlo todo negro carbón, y nuevas tragedias necesitan nuevos envoltorios. “Sólo la piedra y el acero aceptan mi amor”, asegura en “I’m Throwing My Arms Around Paris”. Otra vez la electricidad. Otra vez el desamor. Otra vez Morrissey, el maestro de las tormentas.

Siguiendo el camino musculoso de “You Are The Quarry”, el británico se pasa de frenada en su acercamiento al rock y, salvando hallazgos como “That’s How People Grow Up” o “Something Is Squeezing My Skull”, firma uno de sus trabajos más tensos y crispados, pero también uno de los más espesos.

Tocado y hundido de nuevo, Morrissey se debate entre el baladista de “You Were Good In Your Time” y el rockero adulto de “Sorry Doesn’t Help” sin acabar de sacar casi nada en claro. A no ser que uno conciba este “Years Of Refusal” como un complejo vitamínico con el que el británico se entretiene engañando al tiempo y mirando hacia otro lado mientras el calendario le informa de que, con músculo o sin él, los cincuenta está a la vuelta de la esquina.

David Morán

(Artículo publicado orginalmente en el suplemento M360 el 20 de febrero de 2008)

Vivian Girls y el pop de baja fidelidad



Diez canciones, veinte minutos y un auténtico festín de baterías con eco, guitarras correosas y estribillos lijados. El abecé del pop recitado de memoria y con carrerilla. El espíritu original del punk transplantado en tres chicas de Brooklyn que, a pesar de no ser tan fieras como Mika Miko, se entretienen encajando las cabezas de las Ronettes en los muñecos articulados de The Jesus & Mary Chain.

Como una girl band de los sesenta lanzada con catapulta sobre la marmita del noise-pop, Cassie Ramone, Kickball Katy y Ali Koehle son la versión afeminada de Sleater-Kinney; una nueva horda vikinga con tacones y maquillaje que canta sobre volverse loco y acabar hecho unos zorros mientras envenena melodías resplandecientes y se esconde tras un muro de sonido como el de Phil Spector pero en versión cafre y ruidosa.

Puede que en “Tell The World” suenen como una versión desenfocada y trapera de las Go-Go’s, pero son piezas como “Damaged”, “I Believe In Nothing”, “Where Do You Run To”, aceleradas y frenéticas detonaciones pop servidas entre espasmos y calambrazos de distorsión, las que mejor acotan la identidad de una banda que, con un poco de tiempo y suerte, podría acabar convirtiéndose en la hermanastra perversa y contestona de las Shangri-Las.




(Texto publicado originalmente en el suplemento ABC De Las Artes y Las Letras el 31 de enero de 2009)

Rip It Out_Orange Juice



Pedazo de playback, pedazo de pintas y pedazo de canción.