La bendita locura de Grizzly Bear



Era un secreto a voces.

Bueno, en realidad no era ningún secreto, porque “Veckatimest” lleva meses circulando alegre y gratuitamente por el hilo musical de Internet, pero antes incluso de eso ya se intuía que el regreso de Grizzly Bear iba a ser una de las cumbres de la temporada. De ahí lo de las voces: quien más quien menos esperaba que los de Brooklyn acabase concretando todo lo bueno que se intuía en el anterior “Yellow House” y diesen el salto definitivo a la primera división del pop moderno.

Se intuía, sí, pero ahora ya se puede decir bien alto: he aquí una obra tremenda y desbordante, un disco que transforma en canciones lo que antes eran enredaderas armónicas sin perder la vista la ambición y la necesaria relectura del pasado.

En un año en el que Animal Collective se han llevado la palma reinterpretando el pop y acondicionándolo con parcheados sintéticos y anzuelos futuristas, Christopher Bear, Ed Droste, Daniel Rossen y Chris Taylor han hecho lo propio aligerando el peso de los Beach Boys con zarpazos a The High Llamas, The Velvet Underground y Pink Floyd – pero ojo, los de Syd Barret, no los de los delirios conceptuales y los cerdos voladores– y tirando del hilo de las canciones hasta plantarse en la orilla de la tradición con un cargamento de ideas brillantes y arreglos exquisitos que se desparraman sobre los partituras.

Sin llegar a perder la cabeza del todo, “Veckatimest” revolotea alrededor de la bendita locura de Brian Wilson y sobrevuela la historia del pop con dos himnos-pértiga –“Two Weeks” y “While You Wait For The Others”– para acabar aterrizando en una isla que, igual que el título del disco, referencia a un islote deshabitado de Massachusetts, mantiene a Grizzly Bear a salvo y a distancia del vaivén de las tendencias.

A veces suenan como unos Radiohead abducidos por el embrujo del folk británico y otras como unos ilustradísimos artesanos de la melodía, pero es el sonado abordaje al pop de corte y confección lo que acaba deslumbrando en una que obra, a pesar de perder cierto fuelle en su tramo final, aporta una perspectiva cálida y orgánica a la renovación de la banda sonora de los últimos tiempos.

(Artículo publicado originalmente en ABCD Las Artes y Las Letras el 23 de mayo de 2009)

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